DOCUMENTO COMPARTIDO: finkel, “Dejar que hablen los estudiantes”, Dar clase con la boca cerrada
NATALIA:
Hola, Esther. Como ya habíamos comentado que nos parecía interesante este artículo de Finkel, he comenzado con su lectura. Creo que las dos estamos de acuerdo en los beneficios del seminario abierto. Sin embargo, me da la sensación de que esta propuesta está demasiado contextualizada, está muy influenciada por la cultura estadounidense en la que es habitual la lectura diaria. Paradójicamente, en España, lo habitual es leer poco, sobre todo en clase. Sí se exige la lectura en casa por parte de los profesores, pero muy pocas veces son lecturas guiadas, lo que carece de sentido. Así que, al leer el texto, lo que me preguntaba es: ¿cómo conseguir que lean? Creo que ese es el primer objetivo; si no leen, el seminario es una pérdida de tiempo.
Por otro lado, quería que te fijaras en un párrafo que, personalmente, me ha “chirriado: «Veinticinco estudiantes y una profesora alrededor de una mesa. La profesora, su apellido es Green, no ocupa ningún asiento especial en la mesa; al igual que los estudiantes, ocupa un asiento diferente cada día. La luz del sol entra por los grandes ventanales iluminando el aula. Una gran pizarra ocupa toda una pared». ¿No te parece demasiado poético? ¿No sería más importante dar más información del tipo de estudiantes, intereses, calificaciones, etc.? ¿Es fundamental para el desarrollo del seminario que haga sol en clase?
ESTHER:
Hola, Natalia. Efectivamente, a mí la idea del seminario abierto me seduce mucho, y estoy de acuerdo en que el artículo está muy contextualizado en el sistema educativo estadounidense. En el epígrafe titulado “El diario de Jessica”, el propio Finkel señala que esta chica es brillante, aunque sobre todo destaca que su interés por la asignatura ha aumentado. Lo cierto, sin embargo es que no tenemos datos sobre si el resto de alumnos sentía interés por la literatura antes de participar en el seminario o a raíz de participar en el mismo. En caso de que sí lo tuvieran, es evidente que el fallo que cometemos aquí es “cargarnos” ese interés por la lectura, de modo que son pocos los adolescentes que, tras enfrentarse a los textos canónicos de nuestra literatura, tienen ganas de seguir leyendo textos que requieren reflexión como son los grandes clásicos. No toda la culpa es nuestra, eso es cierto; los chicos están rodeados de estímulos con los que son “bombardeados” a diario y parece que la lectura es solo uno más de esos estímulos. Tendríamos que convertirla en algo especialmente atractivo. Pero no me quiero ir más por las ramas con esto porque lo hemos discutido más de una vez en clase…
Cierto que el capítulo es bastante “poético”, pero quizá forma parte de su encanto, ¿no? Creo que es poético porque Finkel se siente inspirado y positivo con la experiencia vivida, aunque a veces pueda resultar un pelín “cursi”.
Personalmente, la lectura de este capítulo de Finkel me ha hecho hacerme varias preguntas:
- Cuando menciona el “seminario socrático”, en el que la profesora conduce a los alumnos a una serie de respuestas preconcebidas mediante una serie de preguntas, me he dado cuenta de que esto es lo que solemos hacer a menudo. Lo curioso es que lo hacemos todos. ¿Por qué tenemos miedo de que nuestros alumnos no lleguen a las mismas conclusiones a las que hemos llegado nosotros o un experto? Creo que tiene mucho que ver con el hecho de que aunque criticamos la perspectiva historicista con la que se trata la literatura en ESO y Bachillerato, seguimos “apegados” a las autoridades. No obstante, muchos de nuestros alumnos no van a ser especialistas, y uno de nuestros objetivos es que los estudiantes aprendan a desarrollar su sentido crítico. ¿Cómo van a hacerlo si, en el fondo, las respuestas ya están ahí y no hay manera de discutirlas? En mi opinión, no se trata de invalidar las opiniones procedentes de las autoridades, sino de ser crítico con ellas.
- En relación con esta cuestión, me ha encantado también el párrafo en el que Finkel dice “Sócrates no permite que Menón se apoye en la autoridad de Gorgias. Su pregunta asume que si Menón está de acuerdo con Gorgias, debe ser porque Menón comprende lo que Gorgias comprendió”. Los alumnos tienden a pedirnos nuestra interpretación -o la de los expertos- pero, ¿cómo sabemos si realmente comprenden el proceso que nos ha llevado a tal interpretación? ¿La comparten realmente?
- Por otro lado, Finkel señala que él no cree que esta actividad sea la panacea, pero desde luego parece motivadora. Habría que estimar cómo y con qué asignaturas organizar estas sesiones en nuestro país, y el mismo Finkel admite que “la clase de la profesora Green sobre la Ilíada representa solo un momento en su “larga búsqueda” (...) . En mi opinión, habría que despertar el interés por la lectura y el conocimiento y mantenerlo hasta llegar a la etapa en la que los estudiantes estuvieran “preparados” para una actividad que requiere compromiso, como esta.
Estas son mis reflexiones hasta el momento. Espero tus respuestas y opiniones.
NATALIA:
Hola, Esther. Quería comentarte algunas cuestiones sobre lo que escribiste el otro día. Ahí van:
-La verdad es que sí se dan algunos datos sobre los estudiantes. En la página 84, se dice que muchos de ellos eligieron por “orgullo” esa asignatura (al igual que los griegos quieren ser los mejores guerreros, ellos quieren ser los mejores estudiantes), además de porque era la llave para entrar en la universidad. Imagino, sin embargo, que podían haber elegido otras vías. Si tomaron el camino de Literatura Universal es porque algo debieron de ver en esa asignatura.
-Respecto a lo del método socrático, es verdad que muchos profesores tratamos de que sean los alumnos los que respondan mediante nuestras preguntas. Sin embargo, me da la sensación de que les guiamos demasiado, con nuestro tono, gestos, etc.
-Copio una frase tuya “Los alumnos tienden a pedirnos nuestra interpretación -o la de los expertos”. Tienes toda la razón, y eso es lo que hay que cambiar. Tenemos que cambiar esta tendencia, no podemos responder a todo lo que nos preguntan si queremos dejar de ser considerados como expertos. Creo que una solución posible sería esperar a que contesten los compañeros.
-Y aquí destaco otra frase tuya: “habría que despertar el interés por la lectura y el conocimiento”. En las escuelas, hay poco interés en general y creo que tiene mucho que ver con la manera de concebir las escuelas. Arquitectónicamente, son lugares que no invitan a entrar. Una vez dentro, impera la apatía; no hay lugar para la creatividad o la diversión. ¿Por qué no cambiar esto? En las prácticas, he tenido la oportunidad de dar una clase disfrazada a alumnos que también lo estaban. Aunque desde jefatura de estudios se pensaba que esta actividad podría desconcentrar a los alumnos, puedo decir que todas las clases de todas las asignaturas se resolvieron sin incidentes y las clases de lenguas que dimos la profesora titular y yo fueron maravillosas, todo el mundo estaba en sintonía, no había nadie despistado o perdido. En cuanto los chicos salen de la rutina, entran en el aula; si les ponemos delante del libro de lengua a leer lo que está escrito y a hacer ejercicios, tenemos cuerpos en el aula y mentes fuera de ellas.
Y ahora te dejo alguna reflexión ya sobre el texto de Finkel. Hay un apartado que se denomina “El espíritu científico del seminario”. ¿Por qué esa “manía” de dar cientificidad a las letras? Estoy totalmente de acuerdo con que la Lingüística es una ciencia, pero creo que tampoco hay que andar justificándolo siempre.
También quería comentarte una idea que propone Finkel que me pareció poco acertada. En la página 97, se menciona la posibilidad de hacer un grupo previo al seminario, donde comenten la obra y afiancen algunas informaciones. ¿Cómo lo ves? ¿No crees que será el momento perfecto para que, aquellos que no hayan leído, recopilen la información que necesitan?
Y ya, por último, quería preguntarte si te parece una “perversión” del espíritu del seminario poner por escrito lo que allí se diga, como propone Finkel en la página 94.
Un abrazo
ESTHER:
Hola de nuevo, Natalia:
Abordo de nuevo la cuestión del método socrático para contestar a tus impresiones. No es ya que les guiemos demasiado, sino que queremos que lleguen a la respuesta que previamente les hemos configurado. ¿Es que hay una sola respuesta para todo? En una materia como la nuestra, puede parecer que sí, especialmente en lengua. No obstante, ¿cuántas veces hemos “pillado” a un profesor de lengua y le hemos puesto en un brete al preguntarle por un elemento de una oración que no sabía clasificar? ¿Cuántas veces nos ha pasado esto a nosotros mismos, por muy rigurosos que pretendamos ser? Si el método falla, puede ser una señal de que lo importante no es seguirlo a rajatabla, sino que ese método permita despertar la capacidad de observar, reflexionar y llegar a conclusiones por uno mismo, no aceptar las que nos imponen desde fuera.
Sigo con la cuestión del interés y la motivación en las escuelas. Me decías que las escuelas, por su arquitectura y la manera en la que está diseñado el sistema, no invitan a la creatividad ni al interés de los estudiantes. Totalmente de acuerdo. En mi opinión, todo el sistema necesita una vuelta de tuerca, empezando por desechar esa idea decimonónica de las escuelas como “fábricas” tristes y grises en las que los alumnos se dejan llevar por la inercia. Resulta muy triste constatar esa apatía, especialmente cuando se sabe que la curiosidad y el interés pueden llevar a cualquier persona a superarse. Efectivamente, la rutina es el peor enemigo de esta curiosidad; de hecho, la mata. Es cierto que, si una actividad produce buenos resultados, puede ser útil repetirla, pero no constantemente. Una de las cosas de las que me he dado cuenta en las prácticas es de que no existen “recetas mágicas” que puedan aplicarse en cualquier situación. Un profesor tiene que conocer a sus estudiantes para saber qué puede funcionar con ellos, y desde luego tiene que tener presente que cualquier rutina va a hacer que se relajen y se desmotiven. Existen, no obstante, alumnos que se aferran a estas rutinas porque se sienten cómodos con ellas y tienen miedo a lo desconocido. A mí misma me da miedo probar cosas nuevas en una clase y que salgan mal. Quizá lo adecuado es encontrar un punto medio. Cierta rutina en el sentido de actividades similares que se repitan para trabajar ciertas destrezas hasta que estemos seguros de que las han adquirido, por ejemplo.
Con respecto a lo del “espíritu científico del seminario” que mencionabas, no creo que sea una manía, la verdad. Creo que es una defensa de Finkel contra la acusación de que las humanidades son subjetivas, y por tanto, no pueden ser rigurosas y no son dignas de estudio. La eterna discusión de que las letras “no son serias” porque no es posible aplicar a ellas el método científico. Esto no es verdad desde el momento en el que desechamos la opinión de las autoridades y empezamos a utilizar la indagación personal. A fin de cuentas, ¿qué es la ciencia? ¿Es acaso algo más que un conjunto de indagaciones que luego conducen a hipótesis y experimentos, que a su vez conducen a la construcción de teorías? ¿Es que aquí no intervienen filtros, por así decirlo, “subjetivos”? Yo creo que sí. Y la prueba de ello es que las teorías científicas no son eternas; salvo raras excepciones, algunas acaban destronadas y otras modificadas a partir de la indagación de los nuevos científicos, que prueban algunos de sus aspectos y desechan otros, siempre en virtud de su punto de vista, aunque este esté influido por sus antecedentes y por la opinión de la comunidad científica. El mismo Finkel admite que ese es el espíritu del seminario, que las verdades científicas no son absolutas, sino que están “siempre sujetas a una futura revisión o refutación”. En mi opinión, esto puede incluso confortar a los chavales, cuyo mayor miedo es que rechacemos su interpretación. Si todos estamos indagando, y la interpretación de cualquiera de nosotros está sujeta a refutación, es más probable que sientan ganas de participar, ¿no crees?
En cuanto a lo de los grupos previos al seminario, es probable que, como dices, los estudiantes más “pícaros” se aprovechen del trabajo de sus compañeros y no den un palo al agua. Hecha la ley, hecha la trampa. Pero, si lo piensas un momento y te pones en el lugar de los que sí trabajan, ¿no crees que acabarían hartos de ese compañero y que al final no le comunicarían lo que han descubierto? Podría aprovecharse un par de veces, pero siempre habría algún compañero que le pondría en su sitio, en mi opinión. Además, si ese estudiante no trabajara por su cuenta llegaría un momento en el que no podría hacer aportaciones al seminario, y creo que todos tienen que traer preguntas, con lo cual la profesora lo notaría.
Por último, respecto a la cuestión de si es o no una “perversión” del espíritu del seminario poner por escrito lo que allí se diga, puede que lo sea si la profesora lo pide continuamente. No obstante, si las reflexiones escritas surgen por iniciativa de los estudiantes -aunque parece difícil- o se encargan como una tarea que puede ayudar de cara al examen o al trabajo final, no creo que pervierta el espíritu del seminario. Es más, puede permitir poner en orden las ideas y hacer que los estudiantes se posicionen definitivamente con respecto a ellas. Lo que debería mantener esa tarea escrita, por tanto, es el mismo espíritu de reflexión que impregna el seminario, no ser una tarea mecánica.
En fin, esas son mis impresiones, no sé qué te parecen. Espero leerte pronto.
Un abrazo.
NATALIA:
Hola, de nuevo, Esther:
La verdad es que estoy bastante de acuerdo con la mayoría de cosas que comentas. De hecho, creo que, en general, todos en clase solemos tener las mismas impresiones. Nos invaden las ganas, la ilusión, el espíritu crítico, las buenas ideas, pero algo pasa cuando llegamos a ser profesores. ¿Presión? ¿Pereza? ¿Choque con la realidad?
Y ahora ciñéndome a tus reflexiones, y sin ánimo de divagar demasiado, quería tratar el asunto de la cientificidad. Yo no hablaba exactamente de que el método que propone Finkel no tenga una base científica, sino que siempre estamos intentando justificarnos. Queremos dar estatus a nuestro ámbito, pero no creo que sea necesario gastar fuerzas en ello; son otras las circunstancias que reforzarán las letras. Al fin y al cabo, ¿quién se va a acercar a este tipo de textos? Creo que únicamente gente dedicada a este mundo que ya le dé el valor que corresponde a las letras.
Por mi parte, no hay nada más que quiera que comentar. Si consideras que hemos dejado algún cabo suelto, estaré encantada de volver a atarlo.
Un abrazo
ESTHER:
Hola de nuevo, Natalia:
Qué buena pregunta. ¿Qué nos pasa a los profesores, o al menos a la mayoría, con el paso de los años? Sinceramente, creo que pueden ser dos cosas, y que ambas influyen: primero, que es una profesión con un gran desgaste en la que es fácil desilusionarse y dejarse llevar por la inercia y segundo, que el propio sistema educativo necesita una vuelta de tuerca que nadie se atreve a darle, aunque sea empezando por cosas pequeñas.
Sobre la cuestión de la cientificidad, entiendo lo que dices; es cierto que resulta frustrante tener que estar justificando constantemente por qué las letras y las humanidades son valiosas para el ser humano. Dices que hay otras circunstancias que reforzarán las letras y me gustaría que me dijeras cuáles son. En mi opinión, lo deseable sería que todos o casi todos nuestros alumnos tuvieran la oportunidad de acercarse a los textos, no solo aquellos a los que les interesan las letras, que por cierto son cada vez menos. No aspiro a que todo el mundo ame las letras, pero al menos sí a que vea en ellas algo valioso, y eso hoy no ocurre.
Dicho esto, a mí tampoco me parece que no haya más que comentar. Hemos desgranado con bastante detalle este texto, y estoy bastante satisfecha con el resultado, de modo que espero tu última respuesta. Hasta pronto.
Un abrazo.
Esther.
NATALIA:
Buena pregunta la tuya, Esther. ¿Qué circunstancias harán que las letras alcancen el reconocimiento que se merecen? Creo que es un proceso largo, puesto que significa cambiar la forma de pensar de una parte importante de la sociedad. No hace falta que comparemos los matriculados que hay en carreras como la que tú y yo hemos estudiado con respecto al número de estudiantes de las ingenierías. Lógicamente, si el reconocimiento no se da en esferas tal altas como las del contexto universitario, mucho menos se consigue en los institutos. ¿Cuántos estudiantes conoces que elijan por interés propio o porque les obligan sus padres (¡ojalá!) asignaturas como Literatura universal? Pero soy optimista, quizás, como ya hemos apuntado, porque somos nuevos en esto. Modestia aparte, con profesores como tú o como yo, que amamos lo que hacemos, que ponemos dedicación a cada actividad que preparamos pensando en los chicos que las van a realizar, se conseguirá que, poco a poco, los chicos se interesen por las humanidades. Yo nunca me había fijado en un cuadro hasta que alguien, una profesora, me enseñó a mirarlo como hay que hacerlo. La literatura siempre me había interesado, pero ella me dió las claves para entenderla y disfrutarla. También fue otra profesora la que me hizo escuchar, que no oír, la música. Creo que en nuestras manos está acercarles un mundo que todavía no conocen. Ellos decidirán si se suben al tren o no.
Espero que, con estas últimas palabras, no pienses que soy excesivamente idealista. Yo también estoy satisfecha con el intercambio que hemos hecho. Además, me ha gustado la experiencia de debatir, con calma, con alguien con quien comparto inquietudes. Todo un placer.
Un abrazo